domingo, 12 de julio de 2020

El Archivo DCLXI

¡Obispos y Ciudadanos Siempre!
Aunque no se necesita ser Obispo para defender los derechos ciudadanos, el serlo conlleva un mensaje de Paz y Concordia, misión de todo hijo de Dios, unidos como hermanos predicando el amor al prójimo.

Como dijimos en El Archivo del domingo pasado: "El precio de la libertad es la eterna vigilancia". Vigilancia en defender y promover los inalienables derechos humanos, un deber ciudadano cuya misión es la búsqueda de la concordia y la paz.

Del 73 al 79 residí en San Salvador, El Salvador, donde funde y luego estuve a cargo del "Buró de Convenciones y Visitantes", como contaba en mi archivo de octubre del 2018. En ese entonces, era arzobispo Monseñor Romero, ahora Santo y mártir del Salvador y Centroamérica, con quien tuve el honor y la dicha de conversar.


Recuerdo en especial el triste día que los "escuadrones de la muerte" asesinaran a su confesor y amigo, el sacerdote Jesuita Rutilio Grande. Monseñor Romero era un hombre tranquilo y sosegado, pero ese día, al salir de donde realizaba sus oraciones, la capilla del arzobispado, lo note cambiado, y a partir de este evento había una decisión, se había convertido en el defensor de su pueblo sin voz.

Analizando de ahí en adelante, domingo tras domingo, los acontecimientos que sucedían a lo largo de la semana en el país, pidiendo que cesará la violencia y predicando sobre el Evangelio, el Amor y la Vida, motivó a los "que esconden la mano" ordenar su cobarde eliminación, acto ocurrido mientras celebraba la Santa Misa el 24 de marzo de 1980.



Con el padre Grande, Monseñor Oscar Arnulfo Romero y las ocho víctimas, seis de ellas profesores Jesuitas, de la masacre en los patios de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas en San Salvador la madrugada del 16 de noviembre de 1989, el Salvador quedo salpicada por la sangre, que sumado a 10 años de guerra fratricida fue motivo del éxodo de millones de sus ciudadanos, para salvar sus vidas.

Esa misma razón es la que motivo recientemente al Papa Francisco a sacar físicamente de Nicaragua a Monseñor Silvio Báez, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de Managua, ya que como lo expresa en entrevista con Fabián Medina, del diario nicaragüense "La Prensa" publicada el domingo pasado: "el santo padre me pidió que saliera de Nicaragua para salvaguardar mi vida, porque había explícitas amenazas de muerte que estaban más que comprobadas. Que no quería otro obispo mártir en Centroamérica. Esta es la razón por la que yo dejo el país".


"El Papa nunca ha dicho que me calle, ni nunca me ha hecho una sola corrección sobre mi ministerio" expreso Monseñor, agregando "Yo veo a Nicaragua como en una frase muy potente del Evangelio: Jesús vio aquella muchedumbre, sintió compasión de ella, porque eran ovejas sin pastor".

El Obispo Báez cree que "ha llegado el momento no solo de cambiar un gobierno, sino de cambiar radicalmente la forma de ejercer el poder y la forma de practicar la política partidista, pero la población también tiene que aprender a ejercer sus derechos y sus deberes".

Dice que los dirigentes políticos deben "acercarse a la gente. Es decir, ensuciarse los zapatos. Hacerse presente en los barrios, en los mercados, en los caseríos, en el campo… la gente necesita que le escuchen. Tienen que olvidarse de discusiones estériles que en estos momentos lo único que causan es rechazo popular: casillas electorales, alianzas electorales, candidatos… Es que yo no veo una casilla actual que no tenga una historia turbia".


No ve "a esta dictadura concediendo elecciones libres, honestas y democráticas", pero indica que "hay que propiciar el camino, hacer las reformas electorales necesarias para salvar la democracia en Nicaragua y, sobre todo, para una salida constitucional y pacífica, que son las salidas duraderas".

Dice que "En estos momentos la gran disyuntiva es: o Nicaragua o la dictadura. No es un problema económico, social, político. Ni siquiera se trata de ganar las elecciones. Se trata de salvar a Nicaragua. Hay un pueblo secuestrado, desamparado e irrespetado. Lo peor que puede ocurrir es que nos acostumbremos a eso. Que aceptemos esa especie de normalidad que nos quieren imponer con la mentira y con las armas."

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