domingo, 21 de octubre de 2018

El Archivo DLXVIII – ¡San Arnulfo Romero Denuncia el Terrorismo de Estado!


Monseñor Romero, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, Departamento de San Miguel, El Salvador. Su padre era telegrafista y su madre de oficios domésticos. Al terminar sus estudios básicos se dedicó a la carpintería –como Jesús– y a la música.

En 1930, con trece años, ingresó al Seminario Menor de San Miguel y a los 17 lo trasladaron a Roma donde culmino sus estudios en Teología en la Universidad Gregoriana. A su regreso en 1947, con tan solo 30 años, le confiaron la importante parroquia de Anamorós, cerca de San Miguel, donde se venera la patrona de El Salvador, Nuestra Señora de la Paz.

En 1970, Romero fue nombrado Obispo Auxiliar del entonces Arzobispo de San Salvador, Monseñor Chávez y González, ambos de tendencia conservadora. Fue para esa época (1973) que le conocí a través de mi buen amigo Monseñor Arturo Rivera y Damas quien, como Obispo Auxiliar, tenía bajo su cargo las relaciones con las organizaciones turísticas de El Salvador, pues trabajaba yo en la formación y fundación del Buró de Convenciones y Visitantes de San Salvador.


En 1977, cuando Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo siendo Rivera y Damas su Obispo Auxiliar nuestra amistad había crecido pues ambos eran entusiastas promotores del turismo, y apoyaban la gestión del ministro del Turismo, Roberto Poma, como también la de este servidor, en el Buró. Desgraciadamente a comienzos de ese año el llamado Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) secuestró a Poma, asesinándole en febrero. Este crimen fue el comienzo de los asesinatos políticos que destruyó la imagen de El Salvador como naciente destino turístico. Luego, un 12 de marzo del mimo año, fue asesinado el jesuita Rutilio Grande García, fraternal amigo y confesor de Monseñor Romero.

Al conocer las noticias del asesinato del Padre Rutilio Grande, me trasladé al Arzobispado, donde Monseñor Rivera, me dijo que el Arzobispo Romero acababa de entrar a la Capilla del Santísimo a orar, con el ruego de que no lo interrumpieran. Sin embargo y con suerte, esa misma tarde, al salir de sus oraciones, tuve la oportunidad de abrazar y conversar con Monseñor Romero, me dio la sensación de ser otra persona, lo que más tarde confirmó Juan Arias, periodista español que en 1979 lo entrevistó en Puebla, México.


En la entrevista Monseñor Romero le confeso que él se consideraba un convertido, ya que "estaba del lado de los ricos, del poder, viviendo en un palacio, hasta que un día le asesinaron a un sacerdote que él consideraba un santo, Rutilio Grande. Lo mataron mientras explicaba el catecismo. Imagínese que lo acusaron de ser comunista". Ahora revive en mi mente que la tarde que platiqué con Monseñor Romero, sentí que se había entregado a la causa de los perseguidos y a la defensa de los derechos humanos.

Durante la guerra civil de este país que daba comienzo en 1979, Monseñor Romero se convirtió en la "voz de los sin voz" y en "el pastor del rebaño que Dios le había confiado".

Tras el asesinato de su colega y buen amigo, el sacerdote Rutilio Grande, Monseñor Romero cita las enseñanzas de su Papa favorito, Pío XI: "La misión de la Iglesia no es desde luego política, pero cuando la política toca el altar, la Iglesia defiende el altar." Lo que en la actualidad hace propio la Conferencia Episcopal de Nicaragua, en su patriótica defensa de los derechos de sus fieles, tratando de llevar la paz y seguridad social al país y que el actual Gobierno no solo desprecia, sino ataca con saña y estupidez política.


Hay que entender que la Iglesia es por su origen defensora de los desposeídos, he ahí donde choca con los abusos de los corruptos y es por eso que su trabajo es malentendido, como fue el caso del sacerdote Rutilio Grande, que defendía y denunciaba los atropellos cometidos por las autoridades. El padre Grande creó las "Comunidades Eclesiales de Base" (CEB), originando una reacción adversa de parte de los terratenientes de la zona que lo calificaron como un agitador comunista, concluyendo en su asesinato, planificado y ejecutado por la Guardia Nacional (Gobierno). Con este martirio su consiguieron que se unificara la Iglesia Católica con el pueblo salvadoreño.

El 23 de marzo de 1980, un día antes de ser asesinado, Monseñor Romero en su homilía dijo una frase que es ahora histórica: "En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo… les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡que cese la represión!".


El mismo mensaje envían en la actualidad los Obispos nicaragüenses, que ahora cuentan con San Arnulfo, primer Santo de Centroamérica, abogando por la paz y por el NO rotundo al terrorismo de estado.

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